viernes, 20 de mayo de 2011

Poesía censurada, poesía marginada (La inquisición en Nueva España en el siglo XVIII)

Hablar sobre Inquisición remite a nociones de represión y censura. Y esto puede ser porque censurar que era una de las ocupaciones más importantes del Santo Oficio. Llevar los propósitos de la censura al campo de la literatura implicó bastantes problemas ya que en un texto poético algunas imágenes, algunas metáforas, exclamaciones o declaraciones poseen un sentido poco claro. Así, a los calificadores del Santo Tribunal no les fue fácil trazar una línea que dividiera lo ortodoxo de lo heterodoxo en este terreno. Por más que poseyeran “una brújula infalible: el dogma” (González, 1986).

El Santo Oficio, en su papel de censor debía, a la vez que vigilar que se conservaran las normas vigentes de comportamiento moral y preservar la paz social evitando las críticas al gobierno, luchar, además contra buena parte de los productores y trasmisores de textos literarios, contra una importante representación de la poesía que existía y circulaba en las colonias. Por ello, es posible encontrar en el grupo documental Inquisición, que se conserva en el Archivo General de la Nación (México), abundantes pruebas de esta preocupación que mantenía a los inquisidores pendientes de criticar y censurar poesía con el fin de evitar que la disidencia (moral, religiosa o política) se extendiera[1]. Coplas, canciones, poemarios, libros enteros, todo era susceptible de ser retirado de la circulación y, tal vez, merecedor de la atención de esta institución. Entre estos textos peligrosos por sediciosos y subversivos, dignos del fuego o del olvido, se puede, al menos, hacer una distinción primaria[2].

Se puede hablar de al menos tres tipos diferentes de textos poéticos retirados de la circulación por el Santo Oficio: primero, poemas recogidos como evidencia aledaña a un crimen que no se relaciona con la literatu­ra; segundo, versos que aunque eran recogidos por causas diferentes a su contenido se encontraban culpables de algún tipo de herejía y, finalmente, los verdaderos textos censurados y marginados que podían merecer una causa en su contra.

A la primera categoría pertenecen los versos de delincuentes que eran denunciados a la Inquisición: solicitantes (sacerdotes que solicitaban los favores de sus feligreses, en ocasiones incluso en el confesionario), monjas, bígamos, sodomitas, clérigos fingidos, blas­femos, afrancesados etc. Usualmente se trata de poemas amorosos, religiosos o burlescos, o de coplas populares, que en algunas ocasiones podían servir para probar la culpabilidad de los reos. Pero si bien algunos versos podían ser testimonio de un delito cualquiera (solicitación o bigamia, por ejemplo) cometido por su portador, el cual era el que estaba siendo procesado, los poemas no eran perseguidos directamente en su calidad los textos y a la Inquisición no le importaba sustancialmente su suerte. De ellos apenas podríamos decir que el Tribunal los marginara, en todo caso, lo hacía sólo porque los retiraba de la circulación e impedía con ello su difusión y circulación naturales.

Pero es posible encontrar también poemas que eran recogidos por denuncias en contra del mismo tipo de personas: bígamos, blasfemos, supersticiosos, afrancesados, etc., pero que contenían proposiciones, es decir fórmulas que no respondían fielmente a la ortodoxia del pensamiento cristiano, o que abusaban de lo sagrado (trasgredían las normas religiosas); generalmente estos textos también eran usados como pruebas para demostrar la culpabili­dad de los acusados, pero la diferencia con la categoría anterior es que sí interesaban a la Inquisición y terminaban siendo calificados de nocivos para el alma, es decir, fueron marginados no sólo porque se restringió su libre difusión, sino intentados borrar del bagaje cultural novohispano porque en su mayoría no se ajustaban a algún precepto y se colocaban fuera del canon. Estos textos no sólo se marginaban por retirarlos de la circulación, sino que se hacían acreedores a una censura explícita que los colocaba fuera de los márgenes de lo permitido y su difusión era aún más problemática que en casos como los de los textos del apartado anterior. Aunque, en general, no se consideraban muy peligrosos -casi siempre debido a su escasa difusión-, el Santo Tribunal sí tenía el cuidado de señalarlos y calificarlos como nocivos para que no se propagaran y sepultarlos en la oscuridad de sus volúmenes.

Pero existen un tercer tipo de versos peligrosos, ellos sí, merecedores de un proceso particular en contra suya Entre ellos se encuentran los textos denunciados y recogidos, es decir los propiamente censurados. Eran textos solían gozar de popularidad y eran disfrutados por mucha gente antes de que el Tribunal dirigiera su maquinaria represora en su contra. Fueron textos que enfrentaron marginación de distintos tipos, ya que no sólo se les retiraba de la circulación, sino que se prohibía y castigaba su creación y difusión desanimando su filiación e interrumpiendo la tradición el la que se podían insertar. Muchos fueron los versos que corrieron esta suerte, y muy variadas las denuncias contra sones, canciones y poemas las más de las veces francamente inofensivos. Pero si bien es cierto que algunas veces eran multitudinariamente conocidos, no deja de sorprender el gran número de denuncias y causas inquisitoriales que se desataron contra ellos. Pareciera que en verdad los habitantes de la Nueva España se hubieran escandalizado de la gozosa libertad que algunos de ellos expresaban. Tal vez fuera el temor de incurrir en complicidad de prácticas no demasiado cristinas lo que llevó a vecinos, lectores y receptores a denunciar tantos de estos textos. Pero, sin que importen demasiado las causas por las que atrajeron la atención del Tribunal, puede decirse que fueron severamente reprimidos.

Estos poemas pueden ser de contenido muy diverso: religiosos –que trataran sobre asuntos en contra de la fe o el dogma o textos que eran malsonantes porque abusaban o faltaban al respeto a sujetos o formas sagradas–, fórmulas mágicas (entre las que destacan aquellas que emplean elementos del ritual católico); sociales (denunciados y perseguidos por inmorales, por evidenciar actitudes poco dignas de la elite –especialmente del clero- y por contener críticas al sistema o alusiones al desconten­to provocado por la situación social) y, desde luego, textos políticos, poemas ofensivos, disidentes o aten­tatorios contra el sistema y que podían significarse como subversivos per se.

En general, puede decirse que cualquier textos que revelaran una conducta poco conforme con la que se considera propia de católicos o de buenos súbditos de la Corona Española podían ser sujetos a este tipo de proceso y censura. Como en todo periodo de decadencia de un sistema, es fácil encontrar entre los textos literarios de la época sátiras y críticas, hay estrofitas y poemas contra la persona de distintas autoridades, en contra o a favor de los jesuitas, exponiendo distintas opiniones sobre los caudillos de la lucha de independencia o sobre un momento histórico en particular.

Finalmente, no toda la poesía que circulaba en Nueva España en siglo XVIII está representada en las antologías de poesía novohispana como las de Méndez Plancarte y Vigil. Con apenas buscar un poco se puede mostrar un panorama diferente, un mosaico reconstruido con esas otras expresiones poéticas que convivían, a veces cohabita­ban, con los otros poemas virreinales, los que están aceptados por el canon. Una realidad de la literatura virreinal fue que versos como éstos, sean políticos, amorosos o religiosos, fueron textos marginados. Forman parte de una literatura condenada a la oscuridad por no apegarse a un sistema determinado por una institución. Son poemas denunciados y castigados en su carácter de tex­tos. Para prevenir su difusión se promulgaban edictos en su contra y eran perseguidos en la forma y en el informante que fuera. Eran recogidos si estaban impresos o escritos y se amonestaba con seriedad a los poseedores o infor­mantes. Evidentemente eran en su inmensa mayoría anónimos y, para intranquilidad de la Inquisición, altamente perturbadores y difíciles de erradicar. Son también documentos que atestiguan la vida que la sociedad novohispana llevaba.

Al recoger y censurar esos distintos poemas que aparecen en los volúmenes del grupo documental Inquisición, se puede constatar hasta que punto el Santo Oficio deseaba normar y conformar el espíritu, y como lo intentaba filtrando la literatura existente. Estos textos censurados, maltratados, ocultados, son la manifestación de otra cara de la vida colonial, la voz de una vida que fue marginada, pero que, sin embargo, se desarrollaba a la par que la pública y aceptada, que convivía y, la más de las veces, se confundía, con ella. Es que, finalmente, si se quiere conocer facetas excluidas del canon, no queda sino buscarlas en lugares eludidos y quizás menos evidentes, como pueden ser los archivos inquisitoriales, verdadera encrucijada de la ortodoxia con la heterodoxia.

Ana Maria Morales

Bibliografía

  • BAUDOT, G. ÁGUEDA, M.
    1987 Amores prohibidos. La palabra condenada en el México de los virreyes. Antología de coplas y versos censurados por la Inquisición de México. México: Siglo XXI.

  • GONZÁLEZ, P.
    1986 Literatura perseguida en la crisis de la colonia. México: Secretaría de Educación Pública – Dirección General de Publicaciones y Medios.

[1] Pionero en este campo es, desde luego, Pablo González Casanova que, en su Literatura perseguida en la crisis de la colonia, incluye numerosos fragmentos de textos confiscados por la Inquisición y da noticias de otros. Igualmente es importante el trabajo de Georges Baudot y María Águeda Méndez quienes compilaron una antología de textos amorosos y eróticos que constituye un avance en esta dirección, lamentablemente, al estar restringida la índole de los poemas a los asuntos mencionados, quedan fuera muchísimos textos.

[2] Esto es, dejando fuera aquellos que eran generados por la propia institución, como son los túmulos y arcos del triunfo o poemarios de funcionarios que también aparecen entre su documentación.



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